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QUE NO, QUE NO SON MUJERES. POR MUY HOMBRES QUE SEAN.


Estoy un poco harta de tener que explicar que las feministas no somos tránsfobas.


Harta de tener que buscar explicaciones y dárselas mascadas a quien me pide, no siempre con buenos modos, una explicación. Una explicación que, por cierto, normalmente no va a ser aceptada, por muy bien elaborada que esté y por muy buenos que sean los argumentos. Ciertos sectores, en especial hombres de izquierdas, se acercan en modo paternalista con la aparente intención de querer entender nuestro punto de vista, pero la realidad es que lo único que buscan es una excitante resistencia que les demuestre (según su criterio y su ego) cuánta razón llevan. Es, de nuevo, una forma de conquista, esta vez sobre nuestro intelecto. Una forma de colonización, de abuso. No de intercambio de información y argumentos.


Lo cierto es que no les debemos nada. El conocimiento es de quien se lo gana y no se le puede imponer a nadie. Muchas veces las feministas hacemos auto crítica porque no somos capaces de llegar a la población, para que nos entienda. Y es verdad. No llegamos. Pero no porque no sepamos explicar las consecuencias, sino porque se nos hace continua luz de gas, los medios no nos dan voz (salvo pocas excepciones), los periodistas tergiversan nuestro discurso y los políticos se aprovechan porque les resulta rentable no apoyarnos. Todo lo que sea conservar el orden establecido siempre es mucho más agradecido que apoyar a quien lo intenta cambiar.


Reflexionar es un trabajo duro, que requiere de esfuerzo y ganas de conocer. La lectura y el estudio son fundamentales para conocer de donde proceden las ideas que han sido reflexionadas antes, pero luego, somos nosotros mismos los que debemos hacernos las preguntas adecuadas y buscar nuestras propias respuestas. Y cuando lo hacemos sesuda y concienzudamente, es interesante porque nos damos cuenta de que no son tan distintas a las de los demás. Porque el sentido común no varía tanto de unos seres humanos a otros. Cuando se usa, claro.


Así pues, ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, casi 50 años después de la época dorada del feminismo hayamos hechos una involución tan agigantada y que nadie (salvo las feministas) se lleve las manos a la cabeza ante tamaña absurdez?


En los años 70 se explicó por primera vez que existía algo que se llamaba género y que colocaba a las mujeres culturalmente por debajo de los hombres, en todos los aspectos de su vida. Por fin, se pudo explicar que el sexo nos conducía a unos y a otras por caminos diferentes. Nos dimos cuenta de que no existían los cerebros rosas y azules, sino un destino diferente para cada sexo. La semilla de la igualdad se plantó como nunca en la sociedad y se dio explicación a muchos de los malestares que sufrían las mujeres, tanto físicos como psicológicos, derivados de este destino no elegido. Algunas mujeres, incluso, descubrieron otra forma de vida, en la que podían elegir vivir separadas por completo de los hombres, lo que se llamó el lesbianismo político. Las mujeres necesitaban encontrarse a sí mismas y crear espacios propios creados ex profeso para ellas. La prostitución dejo de tener sentido, y las cifras se redujeron drásticamente gracias a la liberación sexual (real) y al avance en torno a la igualdad entre hombres y mujeres.


¿Qué habría ocurrido si el mundo hubiera mantenido esa misma senda? Nunca lo sabremos porque llegó el neoliberalismo y las modas identitarias, que trabajaron denodadamente por desarticular los movimientos de masas, creando corpúsculos cada vez más pequeños. Terminaron con la lucha obrera y, ahora, intenta acabar con el feminismo, apropiándose de él, y rompiéndolo desde dentro. Igual que ya ha perdido el sentido para muchas personas el movimiento de la lucha obrera, por su auto identificación con la clase media (como si eso fuera algo), el feminismo dejará de tener sentido si toda su lucha se centra en la auto identificación y lo que “cada una sienta”. Ahora resulta que ser mujer (y, por tanto, recibir opresión por ello), es resultado de la propia voluntad. Vamos, que si sufres por ser mujer, es porque quieres. ¿Hay, acaso, algo más obsceno?


Cualquier hombre puede llegar y explicarte a ti, mujer, qué sientes y por qué. Hasta te explican como se siente una mujer al ponerse un tampón. ¿No es acaso el mayor mansplaining de la historia? Por lo menos, en épocas más conservadoras, no venían los hombres a explicarnos a las mujeres qué sentíamos, sino que se consideraba que teníamos nuestro “mundo de mujeres”. Eso ya ha cambiado porque ellos saben mucho mejor que nosotras qué significa ser mujer.


Lo progre es permitir que los hombres puedan competir con mujeres en deportes, que les dejemos robarnos las pocas cuotas en política que hemos conseguido tras duros esfuerzos (feministas), que nos parezca bien que puedan seguir violando nuestros espacios que ya dejan de ser seguros, como los baños, vestuarios, cárceles….porque la palabra de un hombre es lo más grande. Y si dice que es una mujer, mujer, tú a callar. Incluso si quieren comprar nuestros úteros (ya no se conforman con comprar niños de mujeres vulnerables), mujer, no seas tan antipática y feminazi, ¿no ves que sufre? tu estás acostumbrada a sufrir, pero ellos no. Pobrecitos.


Si no aceptas que son mujeres, es que eres una TERF, una tránsfoba, y te mereces toda la violencia que estos hombres decidan que mereces, porque están mucho más oprimidos que tú y además, palabrita de hombre, ellos siempre tienen razón.


Pues bien, ¿Hasta dónde les vamos a dejar? Yo, personalmente, ya me he hartado y les planto cara. Ya no me dan miedo. NI SON NI SERÁN MUJERES NUNCA.


Quien quiera que me apoye, y quien no, que no estorbe.


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